Enfermero de diálisis en el HUBU y responsable de hospitalización del equipo START. Blog: elenfermeroqueviajasinbotiquin.com
Hace ahora doce años de mi encuentro con la viajera Cristina Thürmer que fue quien me habló por primera vez del camino de Shikoku, una ruta circular de peregrinación de 1.200 kms de longitud que conecta 88 templos budistas alrededor de la isla japonesa de Shikoku.
Y no ha sido hasta el otoño de 2024 cuando finalmente he visitado este lugar fascinante, muy distinto al que visitan habitualmente el resto de turistas.
Efectivamente en esta isla me he encontrado con un Japón rural, con una población envejecida que vive mayoritariamente en pequeños núcleos de población, con un clima subtropical cálido y húmedo que permite el desarrollo de cultivos como el arroz y las frutas más exóticas, con montañas de hasta 1.982 m. de altitud que han puesto a prueba mis castigadas piernas, con extensos bosques de bambú y de cedro japonés.
Las anécdotas han sido muchas:
Tuve que dejar mi bici en Barajas y al llegar a Japón recibí una amonestación por escrito por llevar embutido entre mi equipaje.
Es costumbre descalzarse en lugares públicos y sentarse o tumbarse en tatamis.
Está vigente aún la separación por género en lugares como trenes y hoteles cápsula. Los japoneses se protegen del sol y de la lluvia llevando sus paraguas a todas partes.
Otro dato curioso es que no encontraréis ninguna papelera en todo el país porque acostumbran a llevarse la basura a casa.
También me sorprendió no encontrar a ningún bañista en sus maravillosas playas, aún gozando de una temperatura del agua óptima para el baño.
Apenas utilicé mi cocina de gas puesto que hay cientos de tiendas que venden comida recién hecha a un precio muy económico, ¡debo haber ingerido unos 80 kg de sushi!
La bici que compré al llegar a Osaka carecía de desarrollos cómodos para subir pendientes, obligándome a realizar un esfuerzo extra en cada subida.
Sin embargo el “espíritu” del monje budista Daishi Kobo me llevó “en volandas” hasta cada uno de los 88 templos cumpliendo de esta manera con un rito milenario. No en vano esta ruta que ha cumplido ya 1.200 años de historia está hermanada con nuestro camino de Santiago y no tardará en ser considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Shikoku es sinónimo de paz interior. Sus habitantes son silenciosos, honrados y muy respetuosos. Prácticamente nadie habla inglés, con lo cual, el mes transcurrido allí se convirtió en una especie de retiro espiritual en el que tuve tiempo para afrontar el choque cultural que supone sumergirte en una cultura tan distante y distinta. El silencio es el gran protagonista; la educación y el respeto a las normas una máxima. Amigos del protocolo, cada visita a un templo se convertía en una sucesión de rituales.
Circular en bici ha sido muy sencillo y seguro, prácticamente todas las calles y carreteras cuentan con carril, acera o arcén bici, arrinconando de este modo a los coches que en Japón solo pueden aparcar en lugares específicos para ellos.
Por aquello de los mosquitos, he dormido protegido por la tela mosquitera de mi tienda de campaña en los lugares más insospechados: canchas deportivas, cementerios, capillas y refugios de todo tipo, incluidos los antisunamis. Japón convive con este riesgo y cuenta con una coordinada red nacional de procedimientos e infraestructuras seguras para la evacuación de sus habitantes en caso de fenómenos naturales adversos de la que podemos aprender el resto de países.
El viaje toca a su fin; aproveché los últimos días para pedalear por la isla principal en busca de 2 ciudades opuestas, la tradicional Kioto, donde dormí en el suelo del diminuto apartamento de mi anfitrión Warmshower, y la moderna Osaka, donde dormí en la minúscula cabina de un hotel cápsula. El metro cuadrado se cotiza caro en Japón.
Ya de vuelta en casa, termino de escribir estas memorias al tiempo que sueño con nuevos y exóticos destinos para mis próximos cicloviajes.
¡Nos vemos por los caminos!